En el mundo de las startups, la colaboración entre un inversor y un emprendedor es esencial para el éxito y el crecimiento de una nueva empresa. Esta asociación se asemeja a un matrimonio, donde ambos tienen roles complementarios para alcanzar metas comunes.
En resumen, el inversor aporta los recursos financieros necesarios para impulsar la idea del emprendedor, así como su experiencia y conocimientos para evitar errores comunes y tomar decisiones acertadas. Por otro lado, el emprendedor es la fuerza impulsora detrás de la startup. Posee la pasión, la creatividad y la visión necesarias para desarrollar una idea innovadora y convertirla en realidad. Es el experto en el dominio específico de la startup, con un conocimiento profundo del mercado objetivo y los detalles del desarrollo.
Aunque en teoría la colaboración entre inversor y emprendedor suena ideal, en la experiencia del autor como inversor, se ha observado que esto no siempre es así. Los malos inversores también existen, aquellos que no aportan valor y cuyo único interés es el rendimiento económico o beneficios personales. Se involucran poco en los proyectos y suelen seguir tendencias en lugar de identificar oportunidades donde puedan agregar valor. Además, buscan retornos rápidos sin comprender la curva de aprendizaje necesaria para el éxito de un proyecto.
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Por otro lado, un buen emprendedor sabe escuchar, ejecutar y adaptarse rápidamente a los cambios, mientras que un buen inversor invierte en personas y proyectos con los que se siente identificado, buscando ideas que puedan cambiar el mundo. Ambos colaboran para explorar nuevas perspectivas y enfrentar los problemas como oportunidades de aprendizaje y generación de ideas.